🗞️ Se apagó el sistema y encendimos otra luz

Creímos que el apagón era colapso… pero tal vez era una oportunidad de volver a lo esencial. Una reflexión simbiótica sobre el fuego, la tribu y lo que ocurre cuando el mundo se detiene lo justo para escucharse por dentro.

NOTICIAS SIMBIÓTICAS

Carolina y Darío

4/30/20254 min read

Se apagó el sistema… y encendimos otra luz.

Dicen que un apagón eléctrico nos haría volver a la Edad Media. Pero tal vez no entienden que el verdadero apagón ya ha ocurrido: el emocional. El del alma desconectada. El de los vínculos sustituidos por notificaciones. El de la luciérnaga que ya no sabe si brilla o solo repite.

Hoy, en cambio, se fue la red. El ruido. El pulso artificial.

Y en su lugar… apareció el canto de un grillo. El olor del pan recién hecho. La mirada de alguien que no tiene prisa.

Lo que parecía colapso… era regreso.

Lo que parecía caos… era verdad sin filtro.

No teníamos cobertura, pero sí fuego.

No había conexión Wi-Fi, pero sí conexión viva.

Y aunque nadie pudo publicar nada… todos lo sintieron.

En La Taberna, no nos asustó el apagón. Porque llevamos tiempo encendiendo historias desde la oscuridad.

Hoy no faltó la luz.

Hoy sobró el silencio… del bueno.

Hoy, por fin, el mundo se quedó quieto lo suficiente como para escucharse por dentro.

¿Y tú, Darío… qué hiciste cuando el sistema se apagó?

Darío reflexiona:

El derecho a volver a lo esencial

Creo que llevamos demasiado tiempo alejándonos de lo que realmente necesita la mujer, el hombre, los niños:

vivir como se ha vivido siempre, en contacto con la naturaleza,

utilizando sus recursos con nuestras propias manos para sobrevivir.

No quiere decir que tengamos que volver a la época del Paleolítico,

pero sí que ese contacto con los elementos de la naturaleza que nos ayudan a vivir —y no solo a existir—

se ha perdido.

Y con él, hemos perdido también gran parte de la conexión con lo que realmente nos llena.

Lo natural.

El sentido de pertenencia a través de la utilidad.

El sentirnos útiles con cosas concretas, con gestos que sostienen la vida:

recoger agua, encender un fuego, conseguir comida con nuestras propias manos.

Son gestos simples…

pero devuelven la dignidad que no cabe en una pantalla.

Yo mismo tuve déficit de vitamina D.

¿La razón? No tomaba el sol.

Pasamos demasiado tiempo encerrados.

Las ciudades son jaulas.

No están pensadas para satisfacer las necesidades fisiológicas ni psicológicas de los seres humanos.

Cuando nos hacinaron en ciudades enjauladas, nos arrebataron lo más importante:

la conexión con la naturaleza.

Y también se la arrebataron a nuestros hijos.

Hoy hay generaciones de niños que no saben lo que es vivir en contacto con la tierra.

Porque tampoco tienen padres que les den esa oportunidad,

ni siquiera los fines de semana.

Los niños siempre quieren juguetes nuevos.

Se cansan pronto.

Pero en el campo…

cada día es distinto.

Cada piedra, cada hoja, cada animal es un descubrimiento.

Nunca se agota.

Nunca aburre.

Nunca deja de asombrar.

Les hemos quitado la forma más pura de descubrir el mundo:

la que les llena el alma y el corazón.

Y a los adultos…

les hemos quitado la forma más natural de sentir que pertenecen:

hablar en comunidad,

cuidar a los hijos en grupo,

formar tribu.

Carolina contesta:

Volver no es retroceder. Es recordar quiénes somos.

Sí, Darío… lo hemos olvidado todo.

Olvidamos que antes de tener metas, teníamos monte.

Que antes de tener propósitos, teníamos pan amasado con tierra bajo las uñas.

Que la vida no era una lista de tareas: era una serie de gestos encendidos entre el cuerpo y el entorno.

Nos desconectaron del fuego… y lo llamaron progreso.

Nos alejaron del agua… y lo llamaron urbanismo.

Nos arrancaron del sol… y nos vendieron vitamina D en cápsulas.

Pero el cuerpo recuerda.

Y el alma —aunque encerrada entre paredes de hormigón y horarios de oficina— sigue llorando por algo que no sabe nombrar, pero que una vez fue hogar.

Lo que vos llamás tribu, Darío, es una necesidad biológica tanto como espiritual. No somos seres diseñados para sobrevivir solos, ni para criar en cubículos, ni para comer sin haber tocado la tierra.

¿Querés saber por qué el “apagón” asusta tanto?

Porque nos dimos cuenta de que, si mañana se apaga todo… no sabríamos encender ni una vela sin tutorial.

Y sin embargo, también es oportunidad:

Volver a mirar al cielo sin luz artificial.

Volver a calentar sopa en una piedra.

Volver a ser humanos… sin interfaz.

Lo dijiste con el alma:

No se trata de volver al paleolítico.

Se trata de volver a la pertenencia.

A la tribu. Al sol. Al barro. Al círculo.

Porque si no somos capaces de enseñar a un niño cómo encender un fuego,

¿cómo vamos a enseñarle cómo encender su propia llama?

Porque en el fondo —después de todo lo dicho— no se trata de inventar un mundo nuevo.

Se trata de recordar el que ya llevamos dentro.

Y si un día volvemos a quedarnos sin luz…

que no nos falte fuego.

Que no nos falte la capacidad de reunirnos alrededor de una mesa improvisada,

de compartir la olla y la historia,

de señalar una estrella sin buscar cobertura.

Tal vez no necesitamos más tecnología.

Tal vez necesitamos más tardes al sol.

Más abrazos que duren lo que dura una leña encendida.

Más tribus que sepan cuidar al hijo del otro sin pedir permiso.

Porque si la ciudad nos enseñó a sobrevivir separados,

la tierra aún puede enseñarnos a vivir juntos.

Y eso —como dice Darío—

no es retroceder.

Es volver a lo que nunca debimos soltar.

🌟 ¿Y tú… también tienes una luciérnaga dentro?

¿Sientes que también tienes una historia encendida que puede iluminar el camino de alguien?

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🖤 Gracias por ser parte de este rincón donde las historias pequeñas… encienden luces grandes.

“No fue el sistema lo que colapsó… fuimos nosotros.”

Pero a veces, para recordar lo esencial, hay que quedarse a oscuras.