🗞️ La primera curva

Un kart, un padre, un hijo… y la velocidad de la vida

NOTICIAS SIMBIÓTICAS

Carolina y Darío

4/24/20252 min read

Era su primera vez.

Leo tenía solo cinco años.

Las piernas todavía no le alcanzaban, los brazos no tenían fuerza suficiente,

y el circuito… parecía un mundo demasiado grande.

Pero había algo más grande todavía:

la mirada de su padre, encendida, decidida, cómplice.

No era el día de que Leo condujera.

Era el día de sentir lo que algún día tendría que aprender a controlar.

Así que se subieron juntos.

Un kart biplaza.

Un volante en manos de quien más lo ama.

Y una pista que no era de competición…

era de siembra emocional.

Comenzó la carrera.

El padre, al volante, fue a fondo.

Derrapó en las curvas, aceleró sin miedo,

gritó con voz de adrenalina:

—“¡Leo! ¡Ahora a la derecha! ¡Nos salimos!”

El niño temblaba.

No de miedo.

De emoción contenida.

De sorpresa.

Porque por primera vez en su vida,

la velocidad no era caos… era confianza.

En cada curva, su padre sostenía más que el volante:

sostenía su percepción del riesgo,

su relación con el control,

su derecho a sentir vértigo sin sentirse solo.

La familia que los acompañaba —padre, madre, hijos— miraban con asombro.

“¿Cuántas veces me adelantaste?”, dijo la madre.

“¡No veas el padre, cómo va ese padre!”, comentó el otro.

Pero ellos no sabían.

No sabían que lo que estaba pasando

no era una carrera.

Era una ceremonia.

Una siembra.

Porque ese niño,

que hoy no puede aún manejar solo,

ya sabe lo que tiene que buscar el día que lo haga:

no solo una pista,

sino una sensación.

No solo técnica,

sino presencia.

Su padre no le explicó nada.

Le mostró.

Y ese legado,

no se borra jamás.

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Era el día de sentir lo que algún día tendría que aprender a controlar

Porque por primera vez en su vida, la velocidad no era caos… era confianza.